En los últimos tiempos, hay una corriente indigenista y más que esto , muy agresivo a todo lo que se exprese con el nombre de España, diría que se trata de un odio inculcado para renegar de nuestras raíces del país europeo, del cual ahora nos honramos proceder y por ello formamos una cultura, una idiosincrasia , una digno mestizaje y un fervor religioso que nos trajo la bendita evangelización , a todo esto existe un inaudito odio que del fondo descubrimos y que no es más que desprecio por la salvación cristiana que nos granjeó la excelsa corona ibérica . Y me pareció oportuno escribir este artículo sobre el tema consultando uno de mis libros que hallé en mi nutrida biblioteca - (Libro Casa de la Tradición, anales 1960-1962 - del célebre autor y tradicionalista Dr. César Revoredo.- edición 1968).
Consumada la emancipación de las
naciones hispanoamericanas, el individualismo indisciplinado la fiebre
revolucionaria, se enseñorea del campo político, determinando en todos los
nuevos Estados al mismo proceso de endémica anarquía. El espíritu revolucionario nos atrajo a la
órbita espiritual de Francia, a su filosofía,
y a la gran conmoción literaria del romanticismo con sus grandes poetas
Víctor Hugo, Vigny, Alfredo de Musset.
Nos alejamos de España, y nos alejamos también de nosotros mismos, en un
largo lapso de frialdad e indiferencia con lo nuestro. América Hispana, absorbida por sus propios
problemas de organización, tuvo que afrontar en México, en el Río de la Plata,
en el Pacífico, intensas horas de lucha para defenderse contra potencias
europeas que pretendieron colonizarla.
Varias
décadas de profunda desorientación en nuestra vida y en nuestra cultura,
tomando como inspiración y adoptando por modelo a las naciones que deslumbraban
al mundo con el prestigio estridente de sus victorias. Relegando y prescindiendo de todo lo nuestro,
quisimos ser sucesivamente franceses, ingleses, alemanes y
norteamericanos. Esta ruptura con las
esencias de nuestro abolengo indo-hispano
se acentuó a fines del siglo XIX, coincidiendo con idéntico proceso de pesimismo
y disgusto de lo hispánico que sacudió tan intensamente a España en los años
1897 y 1898, años de tan graves infortunios para la hispanidad.
La
pérdida de las últimas posesiones territoriales del imperio colonial en América
determinó el estallido de una crisis profunda.
Los más altos valores hispanos en aquel grupo selecto, la generación del
98, presa de intensa preocupación patriótica, planeaban una interrogante
inquietante acerca del destino y porvenir de la hispanidad. Se gritaba la urgencia de europeizar el
espíritu hispano , de despañolizar la personalidad hispana, y hasta se redactó
en 1892 un manifiesto de la intelectualidad peninsular reflejando estas
tendencias; las soluciones propuestas eran diversas y confusas, Azorín,
Unamuno, Ramiro de Maeztu, Pío Baroja,
Joaquín costa, abogaban por la europeización de la hispanidad.
En
estas horas de perturbación y angustia colectivas de os insignes maestros, con
visión iluminada y voz profética, Angel Ganivet y Menéndez y Pelayo, enmendando
el rumbo perdido, trazaron la nueva ruta buscando afanosamente en el pasado de
la gloria y grandeza hispanas, la inspiración del porvenir; volviendo a las
raíces mismas de la hispanidad, prescindiendo de todo lo artificial y postizo
que apartó a España de su destino; y al renacer, decía Angel Ganivet, en su
“Idearum Español”, “hallaremos una
inmensidad de pueblos hermanos a quienes distinguir y reconocer con el sello de
nuestro espíritu”.
Sobrevino,
después, de algunos años, la recuperación de la fe en el porvenir de la
hispanidad; la rectificación, el acto de contricción de quienes en hora de
infortunio nacional desconfiaron hasta prorrumpir en aquel grito de “muera el
Quijote”; pero el Quijote resucitó, y Miguel de Unamuno escribió sus ensayos y
su “Vida de don Quijote”, clamando por
su vuelta al mundo para ESPAÑOLIZAR EL ESPÍRITU DE EUROPA; y reivindicando los fueros de la hispanidad
vitalizados con el aporte de la familia hispanoamericana; y Pío Baroja y Ramiro
Maeztu vislumbraban el porvenir en la posibilidad de que todos los pueblos y
católicamente la obra inacabada en el siglo XVIII; la obra de “convencer a los
hombres blancos, negros o cobrizos, de que a todos está dado la gracia
espiritual suficiente para su salud”.
Este feliz reencuentro de la
hispanidad consigo misma que se operó vigorosamente en España, coincidió con un
proceso análogo que se operó en el Perú, reivindicando el prestigio de nuestro
abolengo cultural indo-hispano; también tuvimos en esas horas de incertidumbre
en que tantos factores adversos parecían conjurarse para oscurecer nuestra ruta
sembrada de escombros de nuestro gran destre nacional del 79, que nos hiciera
perder la fe en nosotros mismos, un profeta iluminado que encontró en lo
nuestro, en la esencia espiritual de nuestro ser, en nuestra cultura
indohispana, en nuestras propias tradiciones, el auténtico abolengo de nuestra
personalidad y la fe en el porvenir de nuestra cultura indohispana.